En ese momento se oyó una masa de risas, chillidos y barullo que venían desde la puerta. Eran ellos, sus amigos, desde que pasó todo aquello no había vuelto a verlos. Sonreían, como si no hubiese pasado nada, aunque supongo que yo en momentos fingía lo mismo. Vi cómo Damien, su mejor amigo me vió y se acercó hacía mi. Bajé de la tarimita donde se situaba la mesa con los sofás, y lo abracé. Hacía mucho que no le abrazaba, y hubiera preferido que la última vez que lo hice no fuera en esas circunstancias, pero la vida es así, nunca se sabe nada. Nos separamos, y comprobé como todos nos miraban, Gabrielle me envió un beso, y Margot me guiñó un ojo.
- Hace tiempo, ya ¡eh! – me dijo Damien.
- Sí, mucho, demasiados recuerdo juntos…
- Sí solo recuerdos.
- Te he echado de menos.
- Pues yo siempre he estado ahí, te envié muchos mensajes, ninguno obtuvo respuesta.
- Mandé el móvil a la mierda durante unos meses…
- Mi pequeño saltamontes (así me llamaba, hace mucho)-dijo acariciándome el pelo- sé que es indiscreto, y molesto, pero ¿cómo estás?
- Buff… se ha convertido en una pregunta diaria, cómo: ¿quieres agua?
- No hace falta que contestes si no quieres, hay, o al menos hubo confianza.
- Es que, no entiendo el por qué de que la gente me pregunte eso, si sabe la respuesta, mal, esa será mi respuesta eterna mientras esté sin él.
- Pasa página, olvídalo.
- Qué pasa, ¿acaso tú lo has hecho?
- Jamás, pero intento sonreír.
- Y, ¿lo consigues? Porque yo lo intento a diario, y ya ves, no hay manera de quitarme esta cara de demacrada.
- Alomejor es porque algo dentro de ti no quiere sonreír, porque consideras que le fallarías.
- ¿Acaso no lo haría?, quiero decir, ¿acaso no le hago daño cada vez que sonrío? Es como si lo quisiera olvidar.
- Me acuerdo que un día me dijo: tiene la sonrisa más bonita de la galaxia, merece lucirla, merece ser feliz.
- Y mi felicidad, es él, acaso nadie lo puede entender- dije gritando.
Entonces, Gabri me trajo un vaso de agua, me lo dio y nos hizo sentarnos en una mesa.
- Aquí hablareis más tranquilamente- dijo mientras se iba a su mesa.
Suspiré, y le dije:
- Nadie entiende que mi vida ya no tiene sentido, que estoy muerta.
- Pues yo te veo muy viva- dijo sarcásticamente.
- Es que, no se puede vivir sin corazón. No sé si te lo contaría, pero un día de verano, cogí una llave preciosa que tenía, cómo antigua o algo así, se la metí en una caja preciosa, y se lo envolví. Luego le di el regalo y dentro había una carta que decía:
“Esta es la llave de mi corazón, de lo más profundo que tengo, y es tuya, para siempre. Puedes tirarla por el río, guardártela, lanzarla o hacer lo que quieras. Pero no me la devuelvas, porque mi corazón no puede estar sin su dueño, y su dueño, para siempre jamás eres tú.”
- Sí, me lo contó.
- Pues ya ves, el tiene la llave, y como nunca me la dará, yo no puedo volver a abrir mi corazón al mundo.
- Entiendo… Bueno pues, -dijo cambiando mucha la entonación de su voz- recordemos buenos tiempos.
- Mejor que llorar…
Lo pasé “poco mal” durante ese recordatorio, mejor que me imaginaba. Pero, no se puede pasar del todo bien sin corazón.
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